Los Pactos de la Moncloa se habían firmado el 25 de octubre de 1977 contando al poco tiempo con la aprobación de todas las centrales sindicales menos con la de una CNT que comenzaba a sufrir una grave crisis interna.El sindicalismo subvencionado y la crisis del movimiento obrero
Como consecuencia de este nuevo pacto social, a
principios de 1978 se celebraron las primeras elecciones sindicales a
comités de empresa, con una gran abstención, en gran parte gracias al
boicot de la CNT. No hay que olvidar que por entonces la Confederación
era el tercer sindicato de implantación nacional, con una afiliación que
oscilaba entre los 250.000 y los 300.000 afiliados. Pero la persecución
sufrida a raiz de los sucesos del Caso Scala pondría punto y
final al crecimiento de la anarcosindical, comenzado además su declive. A
finales del mismo año la constitución fue aprobada, consolidándose así
el regimen de monarquía parlamentaria herededa del franquismo.
La euforia del período de afiliación sindical masiva entre 1977 y
1978 se desinflaría en poco tiempo. A principios de los años ochenta
había quedado claro que, lejos de ser uno de los movimientos más fuertes
de Europa, los sindicatos españoles tenían uno de los índices más bajos
de afiliación. Si las estimaciones sobre el número de trabajadores
dados de alta después de la legalización de los sindicatos habían sido
más que optimistas, la caída de la afiliación fue dramática. Aunque no
hay disponibles datos fiables, es probable que menos de una quinta parte
de los asalariados de España fueran miembros de sindicatos a finales de
1981, y la proporción caería incluso más en los años siguientes,
llegando al bajo índice del 12 %. De hecho, los sindicatos
subvencionados entraron en una profunda crisis de identidad. Una vez que
la clase trabajadora había cumplido con su papel de “ariete” contra la
dictadura, pasó a tener un lugar subalterno, sin apenas peso en la vida
social y política nacional.
Ahora, eso sí, gozaba de sus derechos y las huelgas eran legales,
pero paradójicamente su ejercicio se entendía como un atentado contra la
estabilidad democrática. Y en ese discurso coincidieron tanto los
partidos políticos “de izquierda” como las cùpulas de CCOO y UGT y los
medios de comunicación monopolizados. Y todo lo que se había recompuesto
durante una larga y dura lucha contra el régimen que había tratado de
aniquilar hasta el último vestigio de organización, se fue quedando en
una representación cada vez más ceñida a los sectores más estables,
aventajados y tradicionales de la clase.
Las elecciones generales del 1 de marzo de 1979 dieron la victoria de
nuevo a Adolfo Suárez que, con su grupo UCD, conseguía una amplia
mayoría con 47 escaños de diferencia respecto a la segunda fuerza
política, el PSOE de Felipe González.
Los resultados fueron prácticamente los mismos que en las anteriores
elecciones, dos años antes. Estos comicios certificaron el fracaso de
los partidos políticos que aún proponían la ruptura con el franquismo y
que se habían opuesto a la Constitución aprobada en diciembre de 1978.
Sólo el PTE (Partido del Trabajo de España) y la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores)
obtuvieron un número de votos significativo, pero poco después
emprendieron un proceso de unificación que, paradójicamente, supuso la
disolución de ambos partidos y la quiebra de sus sindicatos afines, CSUT
(Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores) y SU (Sindicato Unitario). El resto de candidaturas de la izquierda “radical” sólo obtuvo resultados testimoniales, aumentando el desencanto y dando paso al reflujo de la izquierda revolucionaria.
Manifestación en Elche. 1978.
Mientras tanto la derecha política irrumpía en el mundo sindical. De los restos de la CNS franquista (Central Nacional Sindicalista) surgieron numerosas iniciativas sectoriales, con especial incidencia entre los funcionarios, que formaron pequeños sindicatos de ámbito gremial o local próximos a los grupos políticos herederos del franquismo y amparados por instancias estatales.
Finalmente, estos pequeños
sindicatos se fusionaron y el 5 de junio de 1979 constituyeron la Confederación Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF).
El reflujo de la lucha obrera, y la represión desatada por el intento
de grupos vanguardistas del movimiento libertario de sustituirla por la
acción armada, convivían con nuevas formas de lucha y organización en
las que el movimiento libertario jugaba un papel principal. Nacían las
Radios Libres, impulsadas por colectivos libertarios locales, que
sentaron las bases de la contrainformación en España: Ona Lliure de
Barcelona, Radio Klara de Valencia, Radio Luna de Madrid, etc.
Pero, sobre todo, fue el tiempo de los nuevos movimiento sociales. A
partir de abril de 1979, después de las primeras elecciones municipales
democráticas, el potente movimiento vecinal se hundió estrepitosamente.
Los militantes más destacados de las Asociaciones de Vecinos ocuparon
puestos destacados en las listas electorales de los partidos de la
izquierda y muchos pasaron a responsabiliarse de la gestión municipal;
su marcha no encontró relevo en el movimiento ciudadano. Pero florecían
nuevas entidades, como el movimiento antinuclear y ecologista, que
superando al naturalismo de los pioneros se oponia al modelo de
producción industrial y capitalista, o el movimeitno pacifista, que se
centró en la crítica de la mili, hasta conseguir el reconocimiento de la
objeción de conciencia y la supresión del ejército de reemplazo.
En este contexto se movía la CNT, muy dañada por la represión ejercida sobre el movimiento libertario tras el estallido del Caso Scala
y la consiguiente campaña mediática de intoxicación y desacreditación
meticulosamente orquestada desde las cúpulas del estado. El desencanto
de la sociedad y el derrotismo de la clase trabajadora habían menguado
la fuerza del anarcosindicalismo, que veía alejarse la perspectiva de
una revolución social mientras soportaba una dura represión policial y
mediática.
Pero había que hacer balance de lo acontecido y adaptarse a los
nuevos tiempos que corrían. Inmersa en plena crisis y con una militancia
dividida, la Confederación Nacional del Trabajo celebró su V Congreso
entre los días 8 y 16 de diciembre de 1979 en la Casa de Campo de
Madrid.
El V Congreso de la CNT y la primera escisión
Ya por entonces el clima estaba muy enrarecido. Las infiltraciones en
la CNT habían sido numerosas, destacando por ejemplo la de los
marxistas, que culpaban de todos los males de la CNT a lo que los
llamaban despectivamente «exilio-FAI». Esta acusación no tenía
ningún sentido puesto que la FAI se reorganizó en España tiempo después
que la CNT. Hay que señalar que este hecho fue siempre muy usual en la
historia del anarcosindicalismo español.
Cuando los sectores más
reformistas querían controlar la situación echaban la culpa de todos los
males a la FAI -como por ejemplo hicieron los treintistas-, a la que
acusaban de dirigismo y de grupo de presión dentro de la CNT. Sin
embargo, la historia nos ha demostrado que la FAI no tenía ese cometido y
que jamás dominó sobre la CNT, porque sencillamente la propia CNT no se
habría dejado.
También se había dado el caso de otros grupos que atacaron a la AIT,
ya que pretendían integrar a la CNT en otras organizaciones
internacionales de trabajadores. En esta línea marxista destacaron, por
ejemplo, los anarcocomunistas de Mikel Orrantia con su periódico
“Askatasuna”, estando muy cercanos a las tesis de los plataformistas de
Archinov.
Pero un nuevo problema interno iba a afectar a la CNT, y éste mucho
más grave de cara al V Congreso. Habían surgido dentro de la
Confederación sindicatos paralelos a ella misma que actuaban de forma
premeditada y con órdenes del día establecidos. Se les conocía como “Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas”
y estaban en la línea de actuación de Autonomía Obrera-Liberación,
Movimiento Comunista Libertario, consejistas, marxistas, reformistas,
etc.
El 10 de junio de 1979 el Secretariado del Comité Nacional anunció que estaba investigando a los Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas
y terminarian siendo expulsados en septiembre del mismo año por
organizar una estructura paralela que doblaba a los órganos de la CNT
con el objetivo de alterar el rumbo de la anarcosindical y reformar su
táctica sindical mediante el control de las delegaciones que acudieran
al Congreso. Estos grupos serían conocidos como “los paralelos“,
responsables de una de las más burdas intentonas por intentar manipular
los acuerdos de la anarcosindical. Entre los expulsados se contraban
José María Berro y Sebastián Puigcerver, ambos miembros del Comité
Nacional. Las expulsiones se repitieron en otros sindicatos y feraciones
locales.
Mientras tanto, el exilio por fin había aclarado su situacion y
acudiría al V Congreso la CNT de España como tal y el exilio integrado
en ella. Con el tiempo la CNT exterior pasaría a denominarse Comité
Regional del Exterior.
Todos, dentro y fuera de la CNT, eran conscientes de la importancia
que tendría este comicio. Finalmente, el Congreso abrió sus sesiones, a
las que acudieron 380 sindicatos y 40 con representación indirecta, lo
que hacían un total de 420 sindicatos. Aparte de todos los puntos de
normativa orgánica y estructura interna de la organización, el primero
de los grandes temas importantes sería el de la estrategia laboral y
sindical, donde ya se manifestaron fuertemente las dos corrientes de
opinión. Fue aquí donde algunos sindicatos plantearon la participación
de la CNT en el modelo sindical basado en los Comités de Empresa.
Entrada al V Congreso en la Casa de Campo. Madrid.
Para los reformistas, las causas de la reciente crisis del «sindicalismo de clase y autónomo» se debía a «la automarginación de la CNT, a la ingenuidad y el exceso de ideologización de la práctica sindical» de los anarcosindicalistas. Frente al «maximalismo empleado como arma y argumento permanente en la lucha», planteaban «la necesidad de devolver a la CNT su identidad perdida», que para ellos tenía como base «la necesaria defensa de los intereses de los trabajadores, la lucha por mejorar las condiciones de trabajo y vida, arrancando al capitalismo cada vez más parcelas de poder y decisión».
A pesar de sus reiteradas declaraciones de retorno a lo que ellos
entendían por los orígenes de la CNT, los reformistas aceptaban como
hecho consumado el modelo sindical de los Comités de Empresa, copia sin
retoques de los Jurados Mixtos, los Comités Paritarios y los Jurados de
Empresa que siempre rechazó la CNT y que fueron causa de su marginación
con la dictadura de Primo de Rivera y con la Segunda República (tras los
decretos de Largo Caballero, promulgados precisamente para favorcer a
la UGT) y motivo de exclusión de la lucha sindical en el seno de la CNS
franquista.
Aunque la participación en los Comités de Empresa se convirtió en el
principal punto de disputa del V Congreso, lo cierto es que los que
estaban dispuestos a pasar por el descrédito de las elecciones
sindicales mantenían una visión tan idealista como irreal del
sindicalismo del momento. Para ellos, todavía era posible levantar y
sostener una CNT revolucionaria -como la que se añoraba desde 1936-
dentro del contexto de la época (a pesar de la firma de los pactos de
moncloa y el apoyo mayoritario de la sociedad a la constitución de
1978). Creían que la CNT aún podía ser la «tercera fuerza sindical»,
como repetían machaconamente, y mantener el mismo ritmo de crecimiento y
fortalecimiento que había disfrutado en los primeros años de la
transición.
Esto es importante ya que esa percepción de la realidad
sindical y social española que promulgaban -y que luego se demostraría
erronea- de una CNT sólida e imparable en su crecimiento y con un gran
colchón social que la respaldaba, la significaban como lo bastante capaz
para no dejarse engañar y aguantar las embestidas y tentativas de
absorción por parte del capital, como sí le había ocurrido a las
Comisiones Obreras.
Y si este crecimiento no se producía -según ellos-ó si se tenía una
sensación de retroceso, sólo se debía a la intransigencia ideológica de
un oscuro entramado, al que llamaban despectivamente «exilio-FAI», que defendía un «anarquismo anquilosado».
De nada servía alegar que parte del exilio apoyaba sus postulados, como
de nada servía explicar que algunos grupos ácratas reagrupados en la
FIGA (Federación Ibérica de Grupos Anarquistas) secundaban sus propuestas.
Como ya hemos dicho, frente a las críticas de sus antagonistas, los
reformistas oponían un transfondo reousseauniano: los sindicatos de la
CNT serían capaces de participar en un sistema «continuista que
desde el gobierno, capital y centrales reformistas se nos venía
imponiendo [...] perpetuando la institucionalización de las relaciones
laborales y la acción sindical» sin corromperse, sin caer en «el acomodo que se observa en la mayoría de los militantes y secciones sindicales de otras organziaciones». La CNT, buena por naturaleza, no sería corrompida por el nefasto sistema vigente.
Foto de una de las sesiones del V Congreso.
El otro bloque, deminado por los reformistas «exilio-FAI», también creía que la revolución social era posible en la España de 1980, como lo fue en la de 1936 y como lo habría podido ser en la de 1975. Pensaban que si todavía no se había iniciado el proceso revolucionario, se debía a la destructora intervención del estado y de la patronal, por medio de infiltrados policiales (Caso Scala), por no mencionar las intentonas de manipular la Confederación por parte de los grupos trotskistas.
Pero los reformistas estaban decididos a renovar de arriba abajo el
anarcosindicalismo y fuera de la CNT también contaban con aliados.
Muchos estudiantes y medios de comunicación alternativos, especialmente
la revista “Bicicleta“, se alinearon con la idea de «renovar la CNT».
También otros núcleos que habian quedado al margen de la reconstrucción
confederal incitaban una renovación que les permitiera actuar
abiertamente en los sindicatos cenetistas. Entre estos merece la pena
destacar al PS (Partido Sindicalista), formado por un puñado de
afiliados que habían intentato resucitar el viejo partido de Ángel
Pestaña. Al frente del PS estaba José Luis Rubio Cordón, un antiguo
falangista que había formado parte, como otros afiliados del partido,
del FSR (Frente Sindicalista Revolucionario), organización de corte falangista.
Finalmente, y tras un intenso debate, la propuesta fue rechaza por
una amplia mayoría de los sindicatos. El Congreso consideraba que las
elecciones sindicales trasladaban el parlamentarismo burgués a la
empresa. Se aceptó en su lugar la asamblea de fábrica, pero la CNT
mantendría su propia personalidad en ella. Se posicionó a favor de los
convenios colectivos y de la negociación, siempre y cuando en ésta no
interviniese el estado. Las negociaciones nunca irían en detrimento de
la pérdida de derechos de los trabajadores. Como puntos básicos de
negociación entraría la reducción de jornada laboral y el adelantamiento
de la edad de jubilación. El Congreso rechazaba también la regulación
de empleo y los expedientes de crisis, comprometiéndose a luchar por una
plataforma reivindicativa de clase. Por último habría que destacar el
rechazo al Estatuto de los Trabajadores pues se consideró que potenciaba
el sindicalismo reformista, la contratación temporal y el abaratamiento
del despido.
El último punto del congreso fue la relación de la CNT con otros
organismos y organizaciones. Por aplastante mayoría se aprobó el
mantenimiento de una relación fraternal con la FAI y la FIJL. En lo
internacional se tendría relación con la IFA (Internacional de Federaciones Anarquistas) y se ratificó la adhesión a la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores).
Pero ya antes de finalizar, cincuenta y dos delegados partidarios de «las tesis renovadoras»
y por lo tanto disconformes con la posicón mayoritaria ante las
elecciones sindicales, queriendo romper el congreso, leyeron un
comunicado denunciando que en el comicio se estaban produciendo -según
ellos- falta de libertad de expresión, autoritarismo, violencia y
amenazas. Estos delegados con sus sindicatos abandonaron el congreso,
pues éste se negó a suspenderse.
Posteriormente estos delegados impugnaron los acuerdos y convocaron
del 25 al 27 de julio de 1980 un nuevo Congreso Confederal en Valencia
al que acudieron 300 delegados y más de 100 sindicatos. Allí se
posicionaron a favor de los Comités de Empresa y se aprobaron las
elecciones sindicales.
De esta manera ratificaron la ruptura, quedando escindidos de la CNT,
que de este modo lograba matenerse fiel a los principios
anarcosindicalistas. Los objetivos de esta escisión no eran sino
arrastrar a la Confederación hacia posturas que históricamente no le
correspondían, arguyendo que soplaban nuevos vientos para el
sindicalismo. Todo esto provocó una querella importante, tanto a nivel
moral como general, pues las siglas fueron usurpadas por los escindidos a
la legitima CNT.
José Bondía Román.
Secretario General de CNT tras el V Congreso de 1979. Fue el máximo responsable de la segunda escisión de 1983 que culminaría con una falsa “reunificación” en 1896 entre la facción de Bondía y la del Congreso de Valencia, que posteriormente, en 1989 se denominaría CGT. Tras intentar destrozar a la CNT pasaría a ocupar en 1992 la gerencia del organismo del V Centenario, creado por el PSOE para la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América. Posteriormente ocupó un cargo de político como “consejero” técnico en La Casa de la Moneda. Los buenos servicios prestados en la segunda fase de destrucción de la CNT fueron bien recompensados.
Tras el V Congreso se eligió a un nuevo Comité Nacional
-convirtiéndose José Bondía Román en el nuevo Secretario General- pero
la escisión marcó profundamente el devenir de la CNT. Los medios de
comunicación se hicieron eco de esta trascendental noticia, dando
cobertura informativa sobre todo a los escindidos -aceptar las reglas
del juego tenía sus recompensas-, que tras su Congreso pasarían a
llamarse «CNT-Congreso de Valencia».
Esta nueva organización estableció una estrategia sindical
completamente distinta a la que había sido aprobada en el V Congreso de
la CNT: aceptaban subvenciones y participar en las elecciones
sindicales, los diferentes comités tenían poder de decisión y contaban
con militantes profesionales o liberados, tanto en los Comités de
Empresa como en la propia estructura confederal. Y a pesar de todo esto,
y sin ningún tipo de escrúpulo, áun se decían herederos de la CNT.
Aun así durante 1980 la actividad de la CNT no paro. En la línea de
recuperación del Patrimonio Histórico, se produjo la ocupación y
recuperación en el 1º de Mayo del local de Villaverde Alto. La
ultraderecha seguía golpeando, y ese año fueron asesinados Arturo
Pajuelo, militante de los movimientos ciudadanos y Jorge Caballero,
militante anarquista. También se participó en diversos conflictos
laborales entre los que destacaron el encierro de trabajadores en
Torrejón de Ardoz (Madrid), junto a los sindicatos CSUT y SU, así como
los conflictos de Cádiz, Huelva o Bilbao.
El 23 de febrero de 1981 se produjo el golpe de Estado patrocinado
por el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. La CNT
condenó el hecho y llamó a una huelga general. La anarcosindical
catalogó el golpe, no como un hecho aislado, sino como la culminación de
todo un proceso premeditado.
Se continuó en la lucha por la recuperación del patrimonio y por el
reintegro de los archivos históricos de la organización, llegando a un
acuerdo con el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde se
encontraban los documentos de la CNT.
El VI Congreso de la CNT y la segunda escisión
En las elecciones generales legislativas celebradas el 28 de octubre
de 1982 se produjo la victoria electoral del PSOE, con 202 escaños. La
CNT hizo campaña por la abstención y advirtió del grado de
colaboracionismo que la socialdemocracia había mantenido en toda su
historia como parte integrante del capitalismo.
Pero la CNT continuaba con su declive. A esto se unió que el
Secretario General, José Bondía, actuó de manera ejecutivista al tomar
decisiones por encima de la base de la CNT, lo que provocó fuertes
fricciones en la ultima etapa de su ejercicio. Incluso se mostró
favorable a presentar a la CNT en las elecciones sindicales.
Pero además Bondía se sirvió del cargo para intentar imponer sus
planteamientos reformistas a la organización y desviarla así de sus
principios, llegando incluso a mantener contactos -de espaldas a la
organización- con Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno. Las
promesas del PSOE ponían sobre la mesa una auténtica oferta de compra de
la CNT.
Con este panorama tan dispar se llegó al VI Congreso de la CNT
celebrado en Barcelona entre el 12 y el 16 de enero de 1983, acudiendo a
él 209 sindicatos, 12 regionales y mas de 500 delegados. Aunque la
gestión del Comité Nacional fue aprobada -la trama por entonces era
ignorada por la militancia confederal-, José Bondía seguía opinando que la CNT podía ser reformista o sindicalista revolucionaria según las circunstancias.
Tan movido fue este Congreso, que el punto mas candente -de nuevo, las
elecciones sindicales- no se resolvió aquí sino en uno extraordinario en
Torrejón de Ardoz, celebrado entre el 31 de marzo y el 3 de abril del
mismo año.
Antes de continuar es importante destacar la reunión mantenida por
entonces entre Bondía y Alfonso Guerra, en la que el por entonces
vicepresidente del gobierno dijo:
«No pienso aceptar un sindicalismo a tres, CCOO, UGT y CNT, sino un
sindicalismo a dos, UGT y CNT, pero para eso, la CNT, debe poner los
pies en la tierra y aceptar las elecciones sindicales»
Esto debió de calar hondamente en Bondía, consciente además de que
sería grátamente recompensado, y días antes de la resolución del VI
Congreso con respecto a las elecciones sindicales, envió a los medios de
comunicación un comunicado donde afirmaba que la CNT aceptaba las
elecciones sindicales.
Esto confirmaba, una vez más, la estrategia que
ya expuso en su momento Indalecio Prieto, ministro de la II República:
«Es imposible combatir a la CNT desde fuera porque, en mi
experiencia, la
CNT es un toro que se crece con la represión, no resulta positivo hacerlo de esa forma. En cambio, es muy fácil hacerlo desde dentro, con lo que se consigue, si no hundirla, sí debilitarla sustancialmente»
CNT es un toro que se crece con la represión, no resulta positivo hacerlo de esa forma. En cambio, es muy fácil hacerlo desde dentro, con lo que se consigue, si no hundirla, sí debilitarla sustancialmente»
Pero Bondía erró en su presagio y tras un tenso debate el Congreso
Extraordinario ratificó los acuerdos del V Congreso condenando los
comités de empresa y las elecciones sindicales. Por lo que estos nuevos
acuerdos volvieron a provocar una escisión y veintiseis sindicatos
abandonaron la Confederación. Los escindidos pasaron a unirse con la «CNT-Congreso de Valencia», formando así lo que ellos llamaron la «CNT-Renovada».
Poco antes, Juan Gómez Casas se había dirigido a José Bondía de la siguiente manera:
Atención: «Nuevas» Definiciones sobre anarcosindicalismo
El compañero Bondía afirma que la CNT, como los demás sindicatos entra en el “ranking” de las fuerzas sindicales del Estado y como tal favorece la evolución del sistema en éste o aquel sentido y se convierte se quiera o no en evolucionista en ausencia de situaciones revolucionarias. Sí, en cierto modo.
Es evolucionista en el sentido de que durante la preparación al dilatado tránsito revolucionario es o debe ser un formidable factor de impregnación y contagio que haga evolucionar al pueblo hacia las condiciones que van a propiciar el cambio radical. Esa evolución es lo que yo llamo el crecimiento de la conciencia revolucionaria dentro y fuera de los lugares de trabajo. (Algunos sonríen al oir hablar de esto). De cualquier manera el compañero Bondía se equivoca cuando nos llama “estáticos” porque sólo esa nueva conciencia significa un cambio real. La imitación clara de lo que hacen otros, con pretensiones de originalidad, es como pretender avanzar pedaleando en esas bicicletas inmóviles que se utilizan para hacer ejercicios físicos en el interior de una habitación. Pero, acto seguido, se perfila una actitud mucho más ambigua en el trabajo de Bondía, al afirmar éste que para equilibrar la balanza y para reencontrarse con el anarcosindicalismo habría que ir a posiciones más sindicalistas. Un pequeño galimatías. Porque, si por definición somos anarcosindicalistas y no otra cosa, ¿tenemos que ir al sindicalismo para luego regresar a lo que somos por naturaleza? ¿Qué significa esto?
Vaciamiento de los contenidos de la CNT. El problema de la integración.
Como a Bondía no le agrada mucho la historia, sobre todo cuando va contra sus improvisaciones, puede que no sepa que situaciones confusas como ésta ya se dieron en la CNT durante la dictadura de Primo de Rivera y posteriormente con las polémicas entre Santillán, Pestaña y Peiró, sobre todo en las de estos dos últimos. Pestaña acabó definiendo a la CNT como un continente más que como un contenido. Un continente sirve para meter cosas dentro. Habiéndose agarrado al sindicalismo neutro acabó fundando un partido para infundir a aquél, desde fuera, un cierto contenido Cierto que la postura de Bondía no es esto, pero las implicaciones de cuanto dice son imprevisibles.
Tras afirmar que, descartando la integración política o de participación en la lucha por el poder, queda nuestra necesaria e inevitable integración en el tejido de la sociedad española, termina diciendo que, porque tenemos voluntad de constituirnos en fuerza social, esta no marginación (entiéndase integración, digo yo) ha de ser lo más profunda posible, siendo una parte fundamental en el entramado social. Pero la sociedad española o el entramado, como lo conocemos hoy, es el sistema. Y la sociedad española, o el sistema es todo, es decir, los que trabajan, los parados, los marginados, los oprimidos, los opresores, los cuerpos represivos, los políticos, la pluralidad de instituciones, el Estado. ¿Es aquí donde hemos de integrarnos de una forma “potente”, se nos dice?
Ante todo, ¿qué es estar integrados? Integrar es reunir las partes de un todo, armonizarlas, para que ese todo pueda cumplir sus funciones naturales. Tales funciones reconocen incluso discrepancias, diversidad y oposición hasta ciertos límites, pero todo ello en razón de que es necesario para el funcionamiento normal del todo. Por consiguiente, para la consolidación del todo, es decir, del sistema. Así es como entiende la cuestión el reformismo político. ¿Están la CNT y el movimiento libertario integrados así en el sistema? NO. Estamos dentro del entramado del sistema. Esto nos condiciona ciertamente, nos limita, nos reprime, se nos impone por medio de regulaciones autoritarias.
Pero estamos contra el sistema, no somos una pieza indispensable para el desarrollo del sistema. De hecho, estamos en una situación real de marginación conscientemente asumida. Desde ésta intentamos contagiar nuestros valores y nuestras ideas-fuerza, penetrar hasta el corazón mismo de esta sociedad por nuestra teoría y nuestra práctica. La integración-colaboración como la entiende, quiera o no, Bondía, nos dejaría inermes y desarmados para la defensa de alternativas tendentes al cambio radical y profundo de la sociedad y convertidos en simple tejido del sistema.
En líneas generales se ratificó todo lo acordado en el V Congreso
aunque, tras el VI y el Extraordinario, la Confederación se encontraba
muy mermada en fuerzas, merced a las escisiones que había sufrido. Como
el nuevo Comité Nacional estaba también a favor de las elecciones
sindicales, presentó la dimisión y un Pleno Nacional de Regionales
eligió a Fernando Montero como nuevo secretariado de la CNT.
Aunque tras los congresos de 1983 la CNT quiso volver por los caminos
de antaño, las escisiones la habían dejado en situación casi residual.
Comenzó además una lucha a partir de entonces por la legitimidad de las
siglas frente a los escindidos y por la recuperación íntegra del
patrimonio histórico robado por el franquismo, lucha que se extendería
en el tiempo y llegaría hasta nuestros días.
Mientras tanto, en su afán por conviertirse en la «tercera fuerza sindical»,
y así justificar la necesidad de su ruptura, los escindidos fueron
perdiendo señas de identidad anarcosindicalistas y absorbiendo a los
pequeños núcleos sindicales descontentos que venian del sindicalismo
reformista. Y todo esto para que, según sus propios datos, su
representatividad a día de hoy no se acerque al 2%. Pero esto en el
fondo ya es lo de menos porque ¿qué sentido tiene colocar una
organización en la cúspide de la representación sindical a costa de ir
haciendo concesiones, desechar los principios que la originaron y su
razón de ser?
En 1989, tras el dictamen judicial favorable a la CNT-AIT, la pérdida de las siglas obligó a los escindidos que formaban la «CNT-Renovada» a adoptar otro nombre: CGT (Confederación General del Trabajo).
Este cambio fue aprovechado por el sector más reformista para llevar
adelante sus propuestas en el congreso celebrado un par de meses
después, con una organización prácticamente dividida. Esta división
terminaría por generar la primera escisión de los escindidos, dando
lugar al nacimiento de Solidaridad Obrera.
La Confederación Nacional del Trabajo había retomado sus esencias,
pero no sin pagar un alto precio: una dolorosa ruptura sindical, una
considerable pérdida de militantes y una sensación de amargo desencanto
que tardaría en superar.
Llegados a este punto, y a modo de conclusión, creemos que hay que
tener el valor suficiente para llamar a las cosas por su nombre, para
admitir lo que se es, lo que se hace y reconocer el papel que se
representa: la vergüenza de intentar aparentar algo mucho más legítimo y
honrado de lo que en realidad se hace. Ese papel lo representa
fielmente CGT todos los días, y no hablamos de las
personas, sino del origen y posterior trayectoria consumada y
contrastada de esta organización. Por todo lo estudiado en este apartado
(y las posteriores experiencias vividas), no podemos sino afirmar que CGT es el resultado del intento más burdo del poder por destruir la CNT.
Pero, una vez más, no se había logrado acabar con la CNT. Si bien la
anarcosindical tendría que afrontar ahora la larga travesía del desierto
de los años noventa.
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